CONTRA LA EVASIÓN


La droga es un concepto tan antiguo como el propio ser humano. Este siempre ha buscado la forma de evadirse, de salir de si mismo y olvidar por un momento sus penalidades, ya fuera mediante sustancias naturales o sintéticas, cuyo uso ha justificado y prohibido a partes iguales. Las drogas son un tabú, como tantas otras cosas a lo largo de la historia, y por ello mismo nos atraen y nos repelen a un tiempo.
 Sin embargo, hay una droga en concreto que en casi todas las épocas ha sido bien vista (a excepción de la ley seca que se impuso en Norteamérica durante los años 20 del siglo pasado) y, aun más, sobre las que pivotan muchas de nuestras manifestaciones sociales: el alcohol.
Es fácil comprobarlo, esta ahí, delante de nosotros, todos los días: salimos a “tomarnos unas cañas” con los amigos, los fines de semana “nos vamos de botellota”, brindamos con cava o vino en las fiestas de guardar o cuando tenemos algo que celebrar, nos tomamos una copita después del trabajo para relajarnos o “jugamos” el tercer tiempo tras ver un partido de futbol, que es lo mismo que irse de borrachera para celebrar la victoria de nuestro equipo o para olvidar que ha perdido.
Una gran parte de nuestra vida esta ligada al alcohol desde que somos adultos y, aun mas, casi tenemos uso de razón. ¿A quién, siendo niño, no le han dado un vaso de “quinito” o le han mojado los labios con vino o le han dado un dedal de anís en Nochebuena? El bautismo como consumidores de alcohol tiene lugar a nuestra más tierna infancia, especialmente en países occidentales como España, en los que el alcohol mas que una opción en los momentos de ocio y de interacción social se presenta como un estilo de vida, Ho mejor dicho, como un yugo al que nos encadenan las convenciones sociales. Somos, de alguna manera, presos del alcohol, al menos si queremos vivir en sociedad. Todos hemos escuchado alguna vez que” brindar con agua trae mala suerte”, con parecida superchería de quien afirma lo mismo de abrir un paraguas dentro de casa.
También dicen que “no hay que fiarse de quien no tiene vicios”, como si aquel que no bebiera alcohol y fumara como un carretero fuera un bulto sospechoso, digno de ser cabeza de turco. “¿No te vas a beber una cerveza? ¡Venga hombre! Tomate una ¿te pasa algo? Te veo raro”, te dirán los amigos si no bebes, ante lo cual uno no sabe que responder, si decir la verdad o mentir como un bellaco para no pasar por un asocial.
Por el contrario, aquel que bebe pasa por ser un ciudadano de bien y, especialmente si es del sexo masculino, se muestra como todo un hombre, un macho, vamos. En muchas regiones del país, los “machos cabrios” apuestan a ver quien bebe mas, como si se tratara de un indicador de hombría, cuando lo que viene a señalar es que se tiene mucha tolerancia a la bebida o, lo que es lo mismo ,que al beber habitualmente cada vez se necesitan cantidades mayores de alcohol para obtener los mismos resultados Esta mayor periodicidad en la ingesta produce a su vez dependencia y entonces ya podemos decir, con todas las de la ley, la palabra maldita, la que nadie quiere escuchar jamás: alcohólico.
Vivimos en una sociedad exenta de alcohólicos. Casi todos hemos escuchado, con una sonrisa cómplice, historias de borracheras y bebedores, como si se tratara de gestas épicas dignas de reyes y caballeros medievales. Casi todos hemos entonado, al unísono, alegres y embriagados, canciones populares acerca del alcohol, que parecían tener la virtud de hermanos en torno a algún acontecimiento festivo. Casi todos hemos forjado, junto a nuestros amigos, una mitología relacionada con la bebida, trufada de anécdotas supuestamente divertidas, intensas y gloriosas. Sin embargo, casi nadie piensa que tiene un problema con el alcohol, que comete excesos con demasiada frecuencia, que hace cosas (muchas de ellas negativas) que no haría estando sobrio. De hecho, casi nadie recuerda las consecuencias de una borrachera, salvo el instante en que las sufre: las resacas tremebundas, el dolor de cabeza inaguantable, los fines de semanas perdidos durmiendo la “mona”, el dinero mal gastado, etc. Es el impuesto que hay que pagar. Se dice que “si no puedes cumplir la pena, no cometas el delito”. Hablando metafóricamente, en el caso del alcohol, los consumidores parecen mas que dispuestos a convertirse en reos por voluntad propia.
La gran pregunta que habría que hacerse es ¿por que? A nadie le gusta ir a la cárcel, aunque esta no tenga muros. Habría que volver pues al origen de todo.
Desde que el hombre es tal, ha sentido una atracción desmedida hacia lo prohibido. Se trata de una característica inherente a los humanos, a los que siempre nos ha picado la curiosidad, que al fin y al cabo es el motor de la vida y el progreso, y un reto desentrañarlos. Por ello, alguien, en algún momento de la historia, al comprobar de primera mano sus consecuencias negativas, tuvo que decidir que estos elementos no eran beneficiosos para sus congenies. Si, se podrá decir que se trata de una ley caduca que hay que decorar porque las cosas han cambiado mucho desde entonces, aunque quizás no lo hayan hecho tanto, porque nuestra relación con las drogas sigue siendo igual de ambivalente o mas que antaño. Unas, las perseguimos sin cuartel y tachamos de proscritos a quienes la toman; otras, las menos y supuestamente poco nocivas (como el tabaco y el alcohol) , pero drogas al fin y al cabo, no solo las permitimos, si no que las integramos en la sociedad como rasgos definitorios de nuestra idiosincrasia colectiva, como ejemplos de lo que somos y de lo que nos sentimos orgullosos.
La pregunta, pese a todo, sigue sin ser respondida, porque la curiosidad nos puede llevar a probar algo, pero si nuestro criterio o nuestro gusto nos dice que es malo, ¿Por qué seguir haciéndolo? Hay aquí que hablar del principal efecto del alcohol, que es de ser depresor del Sistema Nervioso Central. En otras palabras, la bebida bloquea nuestras inhibiciones, elimina nuestros miedos y complejos, nos hace ser mas audaces y menos nosotros mismos. Porque de eso se trata, de evadirnos de nuestra vida, con todas sus obligaciones, restricciones e imposiciones, incluso de evadirnos de nuestro aspecto y de nuestra personalidad, para convertirnos en otro, en ese que siempre hemos querido ser, esa persona popular, que tiene éxito con el sexo contrario y que consigue todo aquello que se propone. Cuando bebemos, somos como plumas, febriles, ingrávidos, frenéticos. Todo lo que nos pasa parece mágico, imperioso, épico. Es como tener alas. Se trata sin embargo de una sensación de falsa euforia con fecha de caducidad, tras la cual debemos volver a enfrentarnos con quienes somos. Para evitarlo, volvemos a beber, entrando así en una espiral que no tiene fin, a no ser que nosotros mismos no somos capaces de ponérselo.
En conclusión, los seres humanos somos curiosos y escurridizos. Desde nuestro origen, hemos soñado con ser otros, con vivir otras vidas, con tener experiencias extracorpóreas, con volar.
Algunos, los mas dotados o sensibles, lo han logrado a través de vías novedosas y constructivas, como el arte, la religión, la ciencia, etc. Otros, los mas débiles, por desgracia la gran mayoría, tomamos el camino fácil, el que nos lleva a la simple evasión a través de las drogas, todo menos estar dentro de nuestro propio pellejo. Pero, me pregunto, ¿Qué es tan doloroso que nos empuja a buscar maneras de fugarnos de nuestra propia realidad? ¿Qué hay de malo en la misma condición humana para tomar la senda mas embarrada e indigna? Para esta última pregunta no hay respuestas, al menos colectivas. Cada ser a través de su propia experiencia y mediante sus propios medios, debe llegar a sus propias conclusiones.
La cárcel del alcohol no esta hecha de paredes, por lo que podemos evadirnos de ella siempre que queramos, aunque, a la postre, esa actitud no engendrara mas que frustración y incomprensión.
Evadirnos no puede ser la solución, o al menos esa es mi opinión personal, porque, si nos impedimos conocer lo que nos rodea, si ni siquiera queremos comprendernos a nosotros mismos, ¿de que habrá servido este viaje? ¿Cómo llegaremos al final con dignidad?
                                                                                                          Francisco Flores López